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Opinión: La mirada burguesa sobre la vida de los pobres

Marzo 19, 2021

El país entero vivió horas de angustia frente a la desaparición de una niña de 7 años, quien fue llevada por un hombre que al igual que ella y su mamá vivía en situación de calle desde hacía muchos años.

La niña apareció con vida, sonriente, ajena a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Al igual que quien se la llevó a recorrer la provincia en su bicicleta, desconocía el tremendo despliegue policial, mediático y social que se había producido desde días antes, cuando se supo que su mamá le había dado permiso para ir a buscar otra bici junto a su eventual acompañante.
 
La alegría y el alivio que genera su recuperación, no puede ni debe eclipsar todo aquello que sucedió en estos días, en los que ciudadanos comunes, periodistas, abogados, presuntos especialistas en criminología, psicólogos y psiquiatras, operadores sociales, etc, vertieron todo tipo de opiniones, diagnósticos, juicios valorativos tanto sobre la madre como sobre el hombre que se llevó a la nena.
 
Lo primero que quiero decir es que este hecho debe enseñarnos de una vez por todas, que no es posible evaluar la vida de los pobres, si, de los pobres, de los vulnerables, de la gente que carece de recursos mínimos para su subsistencia, desde la mirada burguesa de una clase media habituada a manejarse dentro de determinados parámetros de “normalidad”.
 
Los actos llevados a cabo por personas que viven despojadas de todo, no suelen compartir los mismos marcos, miradas, enfoques,perspectivas, de quienes no vivimos esa experiencia dolorosa.
 
Hemos visto cómo tanto la madre de la niña, presuntamente afectada por el consumo problemático de sustancias, como el hombre acusado de “secuestrar” a la nena, posiblemente atravesado por el hambre, el abandono, una vida de carencias, un daño irreparable en su desarrollo cerebral por mala nutrición, han sido duramente juzgados por todos aquellos que frente al miedo, la angustia o el dolor por la ausencia de la niña y las posibles consecuencias sobre su salud o su vida, no ahorraron calificativos (drogadicta, perdida, mala madre, perverso, psicópata, violador, asesino, hijo de puta) para referirse a ellos.
 
Antes que la pérdida se produjera,(afortunadamente, a diferencia de tantos otros casos que suceden a diario) el colectivo social comenzó su duelo por donde siempre empieza: la búsqueda de culpables.
Y los culpables, como siempre, son los otros, o algún otro. Otro al que en lo posible se ubica como el ajeno, extraño, diferente, alejado de la representación psíquica que tenemos de nosotros mismos. Feos, sucios y malos.
 
De este modo, proyectamos todo aquello que el psiquismo rechaza en un afuera imaginario, sobre el que se deposita el “mal”, creando la ilusión de que cada uno de nosotros es todo lo bueno que se puede ser, y el otro, todo lo malo posible.
 
La condena anticipada de alguien de quien sólo sabemos que es un adulto que fue desde niño un sujeto en estado de vulnerabilidad, provee de paz y tranquilidad a nuestras almas, tan puras y bellas.
 
El fracaso del estado, que somos todos, queda enmascarado bajo la individualización del mal. La madre perdió a su niña “porque es adicta y vive en la calle, de la limosna, y no del trabajo”, como pregona un sector social que nunca supo lo que es el hambre, el analfabetismo, la falta de recursos.
 
El sujeto que se la llevó “es un perverso, un degenerado, un pedófilo con antecedentes penales” (nada de ello confirmado ni remotamente al momento de la búsqueda de la nena).
 
La nena se fue con él, “porque es una nena confiada, que no tiene desarrollada la conciencia del peligro porque vivió siempre en la calle”.
 
De este modo, el fenómeno queda reducido a un hecho individual, aislado, y cuya responsabilidad es exclusiva de las partes que lo protagonizan.
 
El cuerpo social permanece indemne, respondiendo a esos fenómenos bien descriptos en la psicología de los grupos, en los que la cohesión se obtiene ubicando afuera al enemigo perseguidor.
 
En medio de una pandemia que azota a toda la humanidad, las diferencias, las desigualdades, se evidencian fuertemente, no sólo en el acceso a la salud, sino en las condiciones en las que vive una parte importante de la sociedad.
 
Reconocer que esa parte es justamente un sector que conforma la sociedad y no un cuerpo extraño a la misma, es empezar a trabajar por una verdadera inclusión.
 
Quedará en manos de los peritos establecer el diagnóstico psicológico del protagonista de este hecho, su capacidad de comprensión, su aptitud psíquica para enfrentar un proceso penal, su imputabilidad o inimputabilidad. Y en el caso en el que resulte penalmente responsable, se ponderarán agravantes y/o atenuantes.
 
Pero por sobre todo resta un enorme trabajo de cada uno de nosotros, que nos conduzca a evitar la reiterada implementación de recursos defensivos primarios como la negación y la proyección, que nos llevan a estigmatizar al otro, segregarlo, excluirlo, y reclamar respuestas punitivas allí donde lo necesario es la respuesta social.
 
Lic. Andrea Homene
 
Psicoanalista
Perito psicóloga del poder judicial de la provincia de Buenos Aires.
Ex concurrente del Hospital Francisco J. Muñiz.
Ex Residente del Hospital Paroissien
Autora del libro Psicoanálisis en las Trincheras. Práctica Analitica y Derecho Penal. Editorial Letra Viva
 

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