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Joaquín Morales Solá: Una ofensiva para desestabilizar a Macri

Marzo 12, 2017

el viernes pasado, un día sin huelga docente, muchos maestros bonaerenses que militan en el kirchnerismo o la izquierda no fueron a trabajar. El paro posterior estaba decidido antes de la reunión con el gobierno de María Eugenia Vidal. Esa reunión terminó, obviamente, en un fracaso.  Después ni siquiera se tomaron el trabajo de disimular: varios gremios, los más importantes, directamente no asistieron a la reunión que el gobierno bonaerense había convocado para tratar de resolver el conflicto. Roberto Baradel, jefe del sindicato docente más influyente, es el líder gremial que mejor expresa la alianza entre el kirchnerismo y la izquierda. No es sólo una especulación de Vidal cuando dice que todos ellos están buscando desgastarla. Ella constituye el mayor capital político de Mauricio Macri, es la dirigente de Pro más popular del país y la gobernadora de la monumental y díscola Buenos Aires. Después de Vidal, sucederá la ofensiva final contra el Presidente, sobre todo si perdiera las elecciones de octubre. Cristina Kirchner, que inspira o dirige gran parte de esos movimientos, está convencida de que sólo podrá salvarse de su tragedia judicial con Macri fuera del poder. Cristina se ha convertido en la figura política más frontalmente destituyente desde 1983.

No se trata sólo de los maestros, aunque son los más explícitos en su gesta desestabilizadora. Un próximo paro general de la CGT es inevitable. La central obrera no puede admitir que las últimas imágenes de sus dirigentes sean las de pobres hombres que huyen de la furia de kirchneristas e izquierdistas. Es la historia del poderoso sindicalismo peronista la que está en juego. Es, otra vez, el kirchnerismo el que los llevó a esa ratonera sin alternativas. El Gobierno no puede cambiar sus políticas para protegerlos de tales trastornos.

El kirchnerismo, que fue hasta el año pasado un grupo aislado, está ahora impregnando con sus paradigmas todo el debate político. El otro peronismo, que existe, desapareció en los días de odio y depredación.

El campo, que es el sector más dinámico de la economía argentina, tendrá este año la cosecha agrícola más grande desde 1810. El directivo de Techint Luis Betnaza acaba de asegurar públicamente que este año su empresa tendrá pedidos de chapa por parte del sector agroindustrial por 140.000 toneladas frente a las 70.000 u 80.000 toneladas de los últimos años. La diferencia es enorme. El argumento de la recesión no se sostiene, aunque es cierto que el crecimiento del campo se siente mucho después en los centros urbanos, que es donde hay mayor densidad poblacional. Según estimaciones del Ministerio de Trabajo, existe un leve repunte en la oferta de trabajo que dejaría al empleo en las mismas condiciones que cuando se fue Cristina.

Dicen que el Presidente se molesta sobremanera cuando le cuentan que el líder del sindicato del transporte Roberto Fernández asevera que "hay 400.000 despidos". "¿Pero de dónde saca esos números?", se fastidia Macri. Otro sindicalista explicó la recesión contando que había cerrado la ferretería de la esquina de su casa.

El único dato cierto es el informe de la Universidad Católica Argentina sobre la pobreza. Hay un millón y medio de pobres más desde diciembre de 2015. Cristina había dejado más de diez millones. Si en los tiempos sin estadísticas de Cristina le creíamos a la UCA, ¿por qué no creerle ahora? El informe señala que el crecimiento de la pobreza tuvo un desaceleración en el segundo semestre del año pasado. Es lo mismo que muestra el Ministerio de Trabajo en materia de empleo. Ese panorama requiere también una respuesta de la educación, no sólo de la economía.

Las impresiones, desprovistas de datos constatables, también se usan en el caso de las importaciones, que son ahora menores que las de 2015 y 2016. Sin embargo, hay un clima de terror en empresarios y sindicatos por la "ola de importaciones". Están abriendo el paraguas antes de que llueva. Macri promueve un tratado de libre comercio con la Unión Europea y se acercó a la Alianza del Pacífico.

Esos eventuales tratados requerirán de cierta apertura de la economía argentina. Está en el ADN de la política de Macri de integración al mundo. El comercio significa vender y comprar. Las importaciones no están ahora, pero estarán. Esa deducción provoca un choque ideológico.

La mayoría de los empresarios valora (y esto también es cierto) el cambio de clima político que significó el gobierno de Macri. No obstante, muchos de ellos estaban más cómodos con la economía cerrada de Cristina. Las características de esa economía permitió que los argentinos ignoraran el valor de las cosas en el mundo. Los precios son aquí muy caros. Hasta la comitiva del Presidente se dio cuenta del fenómeno en una tarde de compras durante el reciente viaje que realizó a Madrid. Ropa de vestir, electrodomésticos, computadoras, celulares. Todo es mucho más barato no bien se sale de las fronteras argentinas.

Si eso sucede dentro del país, no hace falta detenerse en la carencia de competitividad que tiene la Argentina para enfrentar el comercio internacional. Es cierto que aquí los costos laborales son muy altos y que la presión tributaria es ya insoportable. Ésa es la parte que le toca al Estado, pero los empresarios locales están también acostumbrados a fijar precios sin competencia con el mundo.

En ese punto hay una alianza implícita entre sindicatos y algunos empresarios. El enemigo es para ellos el "neoliberalismo" de Macri, una categoría que no sirve para definir nada. Los dueños de las empresas ven al mundo como un peligro. Los sindicatos saben que tarde o temprano tendrán que negociar con una economía internacional en constante mutación. El gobierno de Suiza, por ejemplo, acaba de anunciar un proyecto para robotizar el 50% de su economía. Es un anticipo del futuro ineludible. La enorme capacidad de los algoritmos está destruyendo mano de obra humana. Ése es el problema de Trump y de Macri. El desafío para encontrar una solución rápida y eficaz es formidable. Pero empresarios y sindicatos prefieren, en cambio, encerrarse en un lugar cómodo y seguro. La batalla ideológica de estos días tiene protagonistas sorprendentes.

Macri investigó las encuestas hasta llegar a una conclusión. La caída de su imagen en las últimas mediciones se debe fundamentalmente a que se terminó la magia de las compras en infinitas cuotas. Los precios al contado no cayeron mucho y, encima, la gente común tomó nota de que el precio que termina pagando en cuotas es muy alto.

Una popular cadena de supermercados le aseguró al Presidente que las ventas de electrodomésticos cayeron un 50% en el último mes. Esa caída no necesitó de ninguna de las conspiraciones kirchneristas.

Hay una autocrítica del oficialismo en ese asunto, que coloca la culpa en el secretario de Comercio, Miguel Braun. Detrás del escenario, el Gobierno libra una lucha con los bancos y con las tarjetas de crédito para que bajen el satelital nivel de los intereses y las comisiones. Esa pelea forma parte de aquel combate crucial por una economía normal. Las cuotas podrían reinstalarse dentro de dos o tres meses. Mucho tiempo para un año electoral.

En ese contexto reapareció Cristina, los cristinistas de alma, Baradel y La Cámpora. Pasearon sus sublevaciones, su beligerancia y su grosería por la ciudad durante días interminables. El peronismo moderado (Pichetto, Bossio, Massa) dio un paso al costado. Es hora de que también ellos se coloquen en algún lado antes de que sea tarde. La única excepción fue el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, que salió a defender principios democráticos y modernos.

Aquella crispación gremial y callejera le sirve a Macri en sus combates internos. Pero un exceso de descontrol confunde a la sociedad, a los gobernantes extranjeros y a los inversores. A todos ellos, Macri suele responderle con una frase lacónica: "Yo prometí que no gobernaría el peronismo, no que el peronismo desaparecería". Lo primero deberá confirmarse en octubre, y lo segundo es imposible.

 

 

 

 

Joaquin Moralez Solá - La Nacion domingo - 12 Marzo 2017

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